viernes

2013

Simulacro Fantástico-Artis
 Galería







     Brotes. oleo s/tela 70x55cm 2013                 Bosque. oleo s/tela 100x120cm 2013

 Miles de hormigas. oleo s/tela 100x150cm 2013


Texto catálogo 

Noelia en el bosque

Silencio. El tiempo se ha detenido. Los colores están mitigados por la bruma que parece alcanzarnos desde el fondo de la tela, desvaneciendo todo el mundo tal como los sueños se desvanecen. Unas jóvenes con rostros ausentes ocupan el primer plano.

Hay en los rostros de las jóvenes de Noelia una calma como la que sucede al llanto. Unos ojos un tanto enrojecidos de llorar o de estar saliendo del sueño. Podríamos decir que “acaban de pasar del sueño a la conciencia del mundo exterior pero que, aún estando en el mundo, las imágenes oníricas siguen resonando en sus mentes”. Esta cita de Aby Warburg está referida a Bottticelli, pero se aplica también perfectamente a Farías. No es el único punto de contacto.

Veo en Salvarme del viento una suerte de versión contemporánea de El nacimiento de Venus de Botticelli. La coincidencia no estaría solo en la joven rubia de hierática postura que parece surgir de las aguas. Hay ciertas correspondencias en la composición y en la simbología: en el cuadro del florentino, Venus y la Hora de la primavera conforman un triángulo rectángulo que, en el cuadro de Farías, es remplazado por una joven Ostara, diosa de la fertilidad de los antiguos pueblos germánicos, y un perturbador conejo, símbolo también de la fecundidad y la primavera. El Céfiro, que en la pintura de Botticelli componía otro triángulo con Venus, en el cuadro de Noelia solo ha sobrevivido en el título, pero se mantienen los árboles, de largos y delgados troncos.

Otras de las últimas pinturas de Noelia, también me hacen evocar a Botticelli. Principalmente pienso en el políptico inspirado en un relato del Decamerón de Boccaccio: la historia de Nastagio degli Onesti. Resumo en pocas líneas el argumento principal: un joven, despreciado por la mujer que ama, se adentra en un bosque de pinos. Allí se encuentra con una escena fantasmal en la que un caballero caza a una joven desnuda y le arranca el corazón para dárselo de comer a sus perros. Nastagio, aterrado, recibe la explicación del caballero, quien le dice que él y la joven están condenados a repetir la escena una y otra vez, él por suicidarse y ella por provocar el suicidio con su indiferencia.
Es cierto que estamos ante estilos y épocas muy distintos. Allí donde en el florentino se trata de la proliferación del detalle, delineado con “estilo de orfebre”, como dice Warburg, en Noelia encontramos, en cambio, síntesis y atmósfera.

Pero allí están las jóvenes desnudas, entre los árboles altos como columnas, en esos cuadros impregnados de un fuerte clima onírico. La violencia, explícita, consumada, en los cuadros renacentistas, está implícita y latente, pero no menos presente, en los de Noelia. La belleza nos atrae por la posibilidad de su destrucción.

Todo cuerpo desnudo reclama su apertura “como si el movimiento de desnudarse –quitarse la ropa- tuviera que prolongarse más allá de la piel, y alcanzar, por lo tanto, la vestimenta de la piel” dice Didi-Huberman. Pero en los cuadros de Noelia esa apertura se nos frustra: las aberturas del cuerpo se hallan ocultas. La imagen se ofrece pero se oculta y en ese movimiento quedamos atrapados, como quedamos atrapados en esos bosques de los cuales ni siquiera la mirada del espectador consigue salir.

Es un mundo en suspenso. Un mundo intermedio, una suerte de purgatorio que se extiende entre un suelo duro y árido donde se apoyan los troncos que parecen no tener raíces, y unas copas de árboles que no vemos. Por este mundo deambula nuestra mirada apresada, reviviendo, como en el cuento de Boccaccio,  la misma escena fantasmática una y otra vez y quedando, como Nastagio, paralizados en nuestra fascinación.


Daniel García
agosto de 2013